Lluvia sobre charcos
I
Yo era fragmentos.
Yo miraba los árboles y las piedras,
yo pasaba largas horas junto a ellos.
Yo miraba sus luces
como se miran
los grandes ojos amados.
La luz era un abismo para yo.
Yo quería silencio.
Y yo era la prueba del silencio.
Quería comprender la luz.
Mi desnudez se componía
de huellas arrancadas
a las transparencias del día.
Yo veía las cosas
como procesos a develarse.
Nada estaba en su lugar preciso.
Yo acomodaba sombras y sangraba.
La luz me curaría
el tiempo lastimado.
Yo pensaba.
Yo escribía palabras,
palabras
que yo escribía
para esconderlas mejor.
No importaba lo iluminado,
sino la luz no develada.
Yo era yo.
Yo siempre era.
Yo siempre era yo era.
La memoria se descalza,
y el jardín es pasto
que sonríe mojado.
¿qué puedo develar desde este
roce que no desnuda
pero habita en desnudez inmensa?
II
Llueve sobre el jardín.
Sobre los charcos
las gotas se convierten en dianas.
Llueve y me pregunto
por qué toda caricia
da en su centro.
La poesía y sus secuaces
martes, 31 de julio de 2012
lunes, 28 de febrero de 2011
1
Cientos de palabras para ofrendar
un silencio a lo perdido,
y dejarse acariciar por ese eco programado.
Una palabra sola para callar lo que no viene
y reescribir los brazos cada vez.
Un silencio para escribir otro silencio
con las cicatrices sin nombrar.
un silencio a lo perdido,
y dejarse acariciar por ese eco programado.
Una palabra sola para callar lo que no viene
y reescribir los brazos cada vez.
Un silencio para escribir otro silencio
con las cicatrices sin nombrar.
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